Telesfórica en el garage

Desde la esquina se escuchaba la música que salía del gimnasio, un garage. Así como hay rock de garage, o bandas de garage, que es algo inventado por los teen rockers de suburbio yanquis, deberíamos hablar -why not?- de gym de garage, algo inventado en barrios de provincias de aquí. ¿O acaso la zumba no comenzó en una carnicería o algo así? Ok. Volvamos. ¿Qué sonaba? Obviamente “Despacito”. Uno se imagina un flamígero contoneo generalizado al ritmo de ese hit reggaetonero.
Pero no, al pasar vemos moviéndose en cámara lenta a señoras que lograron abandonar la casa por una hora para darse el gusto de ocuparse de sí mismas, aquí cerca nomás. Bien, justamente despacito bajaban apoyándose ora en un muslo, ora en el otro. Todo tranqui, seguían a la instructora que marcaba los movimientos, en otra tarde por el camino más o menos largo hacia el cuerpo deseado.
De repente, con el cambio de marcha que hace esa canción una de las chicas se despacha sola. Rompie la coreo del grupo y se manda con el mencionado flamígero contoneo. A tierra -como dice Moria- con manos deslizantes por un cuerpo enteramente liberado que hace oleadas en el aire vespertino impregnado de gasoil. Una vuelta más y ella sacaría chispas a riesgo de incendiar el garage, arrebatada por un espíritu telesiano o telesístico (véase la leyenda de la Telesita en google). De aquí surge el adjetivo que se usa ahora en Santiago para caracterizar cierto estado de euforia en el baile, por lo general repentino como un destape, destrabe, acaso posesión: se puso telesfórica/o.
Las demás se quedaron quietas y la miraban, unas con sorpresa, otras con media sonrisa, alguna con un odio letal en sus ojos. La instructora pegó una exclamación aprobatoria y de inmediato arengó:
-¡Uuuuuuhhh! ¡Yeah! ¡Destrozáte Maru! ¡Destrozáte!.-